¡Hola!
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí y por seguirme en esta nueva historia. Os dejo el primer capítulo, espero con ansias saber qué os parece 🙂 – María.
Capítulo 1
Ashley daba vueltas nerviosa de un lado a otro del pequeño baño.
Iba hacia la puerta, miraba el reloj del móvil y suspiraba para girarse de nuevo e ir hacia la ventana.
¿Desde cuándo son tan largos tres minutos? – protestó enfurruñada, sentándose sobre la taza del water nerviosa, enrollando en el dedo uno de sus rizos color del cobre.
En ese momento la alarma que había puesto al móvil sonó en su bolsillo, haciéndole dar un bote del susto al notar la vibración. Se abalanzó sobre el lavabo y recogió el pequeño test.
Dos rayitas: positivo.
Con tres habrá bastante, ¿verdad? – pensó mirando las tres pruebas con igual resultado colocadas una junto a otra en el lavabo y una sonrisa entre emocionada y triste se dibujó en su cara.
Cuánto le habría gustado poder compartir ese momento con Nathan, pero su marido estaba ahora a miles de kilómetros de distancia, no podría contactar con él hasta que no hubiesen pasado unos días puesto que estaba en mitad de una misión.
Ashley abrió la agenda del móvil y empezó a pasear el dedo sobre sus contactos, ¿a quién sería la primera persona a la que le daría la noticia si no podía ser a Nathan? Decidió que a nadie con una sonrisa, que no lo contaría hasta que su marido no lo supiera, él debía ser el primero en saberlo, se pondría tan contento… ¿le darían permiso especial para volver aunque fuesen un par de días? Sonrió mirando al espejo, se echó un poco hacia atrás y se colocó de perfil para levantarse la camiseta y bajar un poco el vaquero, aún era demasiado pronto como para que nada se notase, apenas estaría de unas siete semanas, pero ella ya estaba enamorada de esa pequeña vida formándose en su vientre y la acarició, ojalá Nathan estuviese ahí y así podría depositar en ese momento un beso en su vientre de parte de él y otro de parte de ella.
Sonrió ampliamente e intuyó exactamente qué día fué en el que se había quedado embarazada, simplemente lo sintió.
Nathan se volvería al día siguiente a Afganistán y había llevado a la cama comida suficiente como para que no tuvieran que abandonar la habitación en todo ese día, seguro que ahí habían concebido a aquel pequeño bichito que ahora estaba dentro de ella, porque no podría haber dos personas que se hubiesen amado más que ellos.
El silencio era casi sepulcral en la sala de control tras lo acontecido en la última misión de apoyo, Ethan echó hacia atrás su silla haciendo que algunas cabezas se giraran hacia él.
Ethan – le susurró su amigo Logan, sentado al lado.
Ethan negó con la cabeza y sin alzar la mirada del suelo se levantó y empezó a andar hacia la puerta.
Mayor – susurró una joven apartándose de su camino.
Solicito permiso para salir, señor – murmuró Ethan sin levantar la cabeza ante su superior, las lágrimas estaban a punto de saltarle de los ojos y la voz empezaba a temblarle, no quería que nadie lo viera así allí.
Permiso concedido, Mayor – le dijo el hombre con un asentimiento de cabeza – Lo siento mucho, hijo, tómese el tiempo que necesite – añadió.
Gracias señor – dijo Ethan ya con el nudo de la garganta impidiéndole casi hablar y sin poder contener las lágrimas que brotaban de sus grises ojos.
Una vez atravesó la puerta de la sala de control, las lágrimas ya caían a ríos incontrolables sobre sus mejillas, y corrió como un loco hasta encerrarse en su despacho. Al llegar allí se apoyó contra la puerta y se dejó caer poco a poco hacia el suelo hasta que estuvo sentado. El pecho le dolía como si le hubieran arrancado el corazón, le faltaba el aire, le faltaba algo, no se sentía completo, la pérdida era inmensa, el dolor apenas soportable. ¿Cómo iba a vivir a partir de ahora? Siempre había vivido su vida junto a su otra mitad, ¿cómo iba a seguir adelante ahora que ya no estaba?
Ethan llegó justo a tiempo, cuando ya todos los soldados se disponían a embarcar en el avión, acababa de terminar el turno de noche y había corrido con todas sus fuerzas para llegar al hangar en donde todos los que se unirían al pelotón en Florida embarcaban para ir después a Afganistán.
¡Nate! – gritó a su hermano y se detuvo para agarrarse las rodillas y recuperar un poco el aliento.
Nathan dio una orden a sus hombres y se acercó hasta su hermano gemelo que aún estaba tratando de respirar con normalidad.
Tanto despacho… estás hecho una pena – sonrió dándole un golpe en la espalda.
Cuando quieras te gano a una carrera – dijo Ethan poniéndose en pie – la puta sala de control está en la otra punta de la base… – protestó.
Para ser de inteligencia militar… ¿no has pensado en coger un coche o una moto quizá? – se burló de nuevo su hermano con una media sonrisa.
Quería venir a verte, creía que no me daba tiempo… pero vamos, que ya te he visto… – protestó Ethan girándose.
Anda vamos, no te enfades – se rió su hermano y se acercó hasta él para abrazarlo.
Oye… si me pasa algo… – comenzó cambiando el tono.
¿Qué cojones te va a pasar? – le regañó Ethan.
Eth, en serio… me da muy mal rollo esta misión, tengo un mal presentimiento – negó su hermano con la cabeza mirando al suelo.
Es una misión de apoyo, Nate, es sencillo, transporte de mercancías y armas… Nate… eh, en serio…
Bueno, por si acaso, recuerda tu promesa, ¿ok?
Nate…
No, hablo en serio Ethan: tu promesa.
Sí, no te preocupes… pero no te va a pasar nada… – sonrió.
Bueno, más te vale cumplirla si algo me pasa o vendré a darte una patada en tu culo desde el mismo infierno – bromeó Nathan.
Cuídate mucho, hermano – le dijo Ethan poniéndose más serio.
Tú también – le guiñó Nathan. Ambos jóvenes estuvieron un momento observándose en silencio, salvo por las ropas de uniforme que no eran iguales, era como si se mirasen en un espejo: expresión seria, ojos grises fieros y decididos, cabello negro como la noche…
Me voy ya, o el avión se irá sin mi – sonrió Nathan justo antes de darle un abrazo de nuevo, su expresión cambió por un momento, dejando de ser la fría cara de póker que mostraba normalmente a todos, para mostrar un gesto preocupado, pero tras soltar a su hermano volvió a cambiar por su sonrisa traviesa y desinhibida – ¡Nos vemos en tres meses! -le gritó a su hermano yendo de espaldas hacia el avión y girándose después para entrar en él.
Ethan se limpió las lágrimas con la manga de la chaqueta del uniforme y se levantó del suelo. Aunque le doliera el alma, tenía una promesa que cumplir…
Ashley estaba limpiando la casa con la música puesta y bailoteando mientras que cantaba a viva voz. Se sentía especialmente contenta, estaba siendo un gran día.
El timbre de la casa sonó y fue hacia el mando del altavoz para bajar la música del iPod antes de ir a atender, se revisó un poco el aspecto frente al espejo de la entradita y abrió con una sonrisa radiante reflejada en sus verdes ojos.
Joseph, qué sorpresa – saludó contenta a su suegro – pasa, estaba limpiando un poco – se disculpó por el aspecto que tenía, vestida con ropas deportivas viejas y el cabello recogido con un pañuelo en la cabeza.
Ashley… tengo que hablar contigo – dijo el hombre con semblante apenado.
¿Pasa algo? ¿Es Maddie? – preguntó preocupada por su suegra, que llevaba un tiempo delicada de salud.
Ven cariño – dijo el hombre acercándose para rodearla por los hombros y acompañarla hasta el salón para sentarse allí con ella, olvidándose de cerrar la puerta.
Joseph, me estás preocupando – dijo la chica cuando los dos se hubieron sentado y el hombre luchaba por encontrar las mejores palabras para decirle lo que ni se atrevía ni quería decir.
Ashley… esta madrugada… ha habido un ataque a uno de nuestros convoyes – comenzó Joseph decidiendo tratar de contárselo poco a poco, Ashley se quedó blanca por completo e instintivamente se llevó la mano al vientre, como intentando proteger a la vida que llevaba dentro de la noticia que su suegro estaba a punto de darle.
Nathan conducía uno de los camiones del convoy… – añadió el hombre buscando una de las manos de su nuera para apretarla entre las suyas.
Lo hemos perdido, hija – le dijo con trabajo para hablar debido al nudo que se había formado en su propia garganta.
¡No! – ahogó un grito Ashley tapándose la boca – Tiene que haber un error, no puede ser – negaba mientras se acariciaba el vientre nerviosa con la otra mano, la que su suegro no mantenía sujeta entre las suyas.
No lo hay, cariño – negó el anciano con la cabeza, mientras que una lágrima le brotaba de su ojo derecho. Joseph era un general retirado del ejército, un militar de dilatada carrera, acostumbrado a enfrentarse con la muerte, acostumbrado a ir como ahora a alguna casa del cuartel a dar aquella noticia a una triste viuda o a una destrozada madre. Pero jamás se imaginó dándole aquella noticia a su propia nuera, y por eso sus cansados ojos grises luchaban como nunca por contener las lágrimas.
Ambos se giraron hacia la puerta al oír un estruendo. Ethan había entrado tan a la carrera que se había chocado con la puerta del salón al frenarse contra ella cuando los había visto a ambos sentados en el sillón.
¡Nathan! – gritó Ashley levantándose de un salto y sus nervios pudieron con ella haciendo que se desmayara y habría caído al suelo del salón si su suegro no la hubiese sujetado.
Ethan se había quedado congelado en la puerta del salón, sus ojos grises fijos en su cuñada, desmayada en brazos de su padre.
No te quedes ahí – le riñó Joseph – ayúdame – le pidió señalando con la cabeza a la joven entre sus brazos a la que sujetaba con trabajo para que no cayese al suelo.
Ethan despertó de su bloqueo y se acercó a su padre para tomar entre sus brazos a Ashley.
Vamos a llevarla a su habitación, llamaré a tu madre – dijo el hombre mecánicamente, dando órdenes que era a lo que estaba acostumbrado a hacer y lo que hacía que en parte se sintiese cómodo.
¿Cómo está mamá? – preguntó Ethan en un susurro, mientras dejaba delicadamente a Ashley sobre la cama.
¿Cómo estamos todos? – preguntó su padre marcando el número en el móvil y saliendo de la habitación para llamar a su mujer.
Ethan colocó uno de los mechones pelirrojos de Ashley tras su oreja y le acarició suavemente la mejilla mientras que la observaba con sus propios ojos a punto de desbordarse nuevamente en lágrimas y que ya estaban bastante enrojecidos por todas las lágrimas derramadas.
Le pareció que su temperatura estaba un poco alta y le tocó la frente con suavidad, arrugando un poco el gesto. Fue hacia el baño a humedecer una pequeña toalla para colocársela sobre la frente y el corazón dejó de latirle en el pecho al ver lo que había sobre el lavabo del baño: tres test de embarazo, los tres con idéntico resultado. Ashley estaba embarazada.
Nathan… – susurró ya no pudiendo contener las lágrimas y recogió los test guardándolos en un cajón, para que nadie más los viera.
Joseph volvió a entrar en la habitación.
¿Qué haces todavía aquí? – regañó al ver que Ethan salía del baño con una pequeña toalla en la mano y lágrimas en los ojos.
Yo… – dijo él sin entender que le regañase y sin saber qué añadir.
¿Quieres que vuelva a verte? – le recordó su padre, prácticamente había olvidado que Ashley le había confundido con su hermano gemelo al verlo entrar por la puerta y que por eso era por lo que ella se había desmayado.
Oh – dijo agachando la cabeza y encaminándose hacia la puerta de la habitación.
Estaré abajo – le dijo a su padre sin levantar la mirada.
Cabizbajo, Ethan se dirigió al parque y se sentó bajo la sombra de un gran árbol centenario. Se había sentado allí miles de veces, todas en compañía de Nathan, y en muchas de ellas también estaba Ashley. De hecho, allí era donde los tres se habían conocido.
Era verano cuando le dieron un nuevo destino a su padre y tuvieron que mudarse. Al principio ni a Ethan ni a Nathan les gustó la noticia. ¿Cómo iba a gustarles dejar atrás a sus amigos y todo lo que conocían? Así que el día de la mudanza, cuando llegaron a su nueva casa, Maddie los mandó a jugar fuera para que no estorbasen. Había un enorme y precioso parque nada más cruzar la calle, Maddie podía verlo desde el jardín o las ventanas de la planta alta, por eso los había mandado allí.
Refunfuñando un poco, los gemelos fueron llevándose una pelota de béisbol que empezaron a lanzarse el uno al otro, ampliando poco a poco la distancia, hasta que a Nathan se le escapó la pelota y ésta rodó hasta los pies de una niña pelirroja. La niña llevaba un sencillo vestido negro y el pelo, algo rebelde, recogido en dos coletas, estaba apoyada contra el tronco de un árbol y parecía algo más pequeña que ellos.
Nathan se quedó parado justo delante al ver las lágrimas que surcaban sus mejillas. No sabía qué hacer, así que se quedó quieto y callado como un tonto. Ethan corrió hasta su hermano, sonriente por haberle ganado y se apoyó en su hombro, mirándole a él y la niña alternativamente sin comprender porque no hacían nada. La niña había dejado de llorar y tenía la pelota en las manos.
¿Nos la devuelves, pecosa? – le preguntó Ethan, extendiendo la mano.
¡Ethan! – protestó Nathan en su oído, dándole un codazo para que se comportara. – No seas burro. – le recriminó en voz más alta.
¿Qué? – protestó éste, girándose hacia su hermano. – No sé cómo se llama y tiene pecas.
Me llamo Ashley, y estoy aquí delante. – intervino la niña, cruzándose de brazos con un mohín.
Yo Nathan. – se presentó el chico y después agarró a su hermano por los hombros. – Él es Ethan y somos gemelos. – sonrió, ya que todo el mundo les preguntaba siempre lo mismo.
Jo, que envidia. Siempre he querido tener un hermano. – Ashley admiró la complicidad que había alcanzado a ver en tan solo dos minutos. Pensó que tendría que ser genial eso de tener a alguien con quién compartir todo, tener siempre un cómplice incondicional.
Díselo a tus padres, a lo mejor te hacen caso. – respondió Ethan, con idéntica sonrisa a la de su hermano, la cual falló cuando vio que Ashley volvía a llorar. – ¿Qué he dicho? – susurró inseguro, mirando a Nathan en busca de ayuda.
Burro. – le riñó Nathan en su oído.
Mi papá ya no está, no va a volver nunca de la guerra. Estoy sola con mamá. – sollozó la pequeña.
Ambos hermanos se miraron, conversando sin palabras, con solo sus ojos y se sentaron cada uno a un lado de Ashley. Como hijos de un militar sabían lo suficiente a sus ocho años como para comprender el riesgo. Al principio hablaban solos pero poco a poco Ashley fue interviniendo en la conversación hasta ser una parte más.
Esa noche los gemelos volvieron a casa entusiasmados tras haberse hecho amigos de Ashley. No importaba que la niña fuese un par de años más pequeña que ellos, era la primera persona que habían conocido allí y por tanto era especial. No habían quedado en nada, pero al día siguiente volvieron a encontrarse en el parque, y al otro, y al otro…
Una semana después de su primer encuentro, justo una semana después del funeral de su padre, Ashley volvía a llorar por el recuerdo en otro lugar del parque. Esta vez había cambiado el viejo árbol por el lago. Sentada en la orilla, abrazaba sus rodillas y sollozaba quedamente hasta que notó un golpecito en el hombro.
Al levantar la cabeza se encontró con uno de los gemelos que había conocido ese día. Era la primera vez que los veía separados y dudó de a quién estaba viendo. ¿Ethan o Nathan? No estaba segura, pero después de todas las horas que habían pasado juntos se creía capaz de distinguirlos.
¿Qué haces aquí tan sola? – preguntó el niño, mirándola con sus brillantes ojos grises y retirándose un mechón oscuro de la frente. – ¿Otra vez lloras? – dijo sentándose a su lado. – ¿Es por tu papá? ¿Le echas de menos?
Ashley asintió, abrazándose más fuerte a sí misma.
Estás triste. – entendió él. – Pero no llores, seguro que a él no le gustaría.
No es tan fácil. – musitó ella.
Yo sé un truco, ¿quieres que te lo cuente? – sonrió cuando Ashley asintió con la cabeza y tras eso salió corriendo.
La pequeña observó a Nathan correr por los alrededores, agachándose de vez en cuando para coger algo de entre la hierba. Cuando volvió, depositó un puñado de piedras lisas en el regazo de Ashley.
Papá y mamá me enseñaron esto. – él se quedó de pie, mirando fijamente el lago. – Cuando estamos tristes, papá siempre dice que lancemos la pena fuera y que nos quedemos con las cosas buenas, como dice mamá. – y entonces lanzó una piedra, que rebotó unas cuantas veces por la superficie del lago antes de hundirse. – ¿No quieres probarlo? – preguntó, girándose hacia ella.
Ashley le miraba con los ojos muy abiertos y él le tendió una mano. Durante un rato, ambos niños se entretuvieron lanzando las piedras. Gracias a la ayuda de Nathan, Ashley aprendió el giro de muñeca y la forma de colocar la mano antes de lanzarla. Se sorprendió a sí misma riendo cuando consiguió hacer rebotar una piedra por primera vez.
¡Muy bien! – la sonrió el chico. – Pero te gano. – añadió en tono de broma.
Espera y verás. – lo desafió Ashley, arrugando la frente.
Continuaron un rato más así, hasta que se les acabaron las piedras y empezó a caer la noche.
Tengo que irme ya. – dijo Ashley, sacudiéndose las manos.
Yo también. – asintió el chico.
Muchas gracias Nathan, nunca olvidaré esto. – le aseguró, poniéndose de puntillas para darle un leve beso en la mejilla.
Después echó a correr, dejando a sus espaldas al chico paralizado por la sorpresa de aquel beso.
El funeral por Nathan se celebró unos días después, de mañana y en presencia de muchos compañeros y amigos de Nathan del instituto, además de la familia y personal del cuartel. Ninguno había podido ver a Nathan antes de enterrarlo, puesto que el cadáver había quedado destrozado por la explosión y había venido en un ataúd cerrado desde Afganistán que nadie se había sentido con fuerzas para abrir.
En todo ese tiempo, Ethan no había intentado contactar con Ashley, manteniéndose todo lo al margen que podía para darle un poco de tiempo para que se recuperase de ese día tan horrible. Aunque eso no significaba que no le importase, estaba al tanto gracias a sus padres.
Así supo que habían ofrecido a la joven que se quedara en casa todo el tiempo que quisiese. Sin Nathan, no había nada que la retuviera en la base y a decir verdad, Ashley no deseaba quedarse en un sitio tan lleno de recuerdos como su piso y había aceptado encantada.
La mañana había sido muy dura, por lo que Ashley había decidido echarse una siesta en el salón, despertándose cuando tocaron el timbre.
¡Voy yo! – gritó, ya que sus suegros se encontraban descansando en la planta de arriba.
Al abrir se encontró con un joven con uniforme de mensajero que le tendió un pequeño sobre blanco.
Tengo un telegrama para Ashley Scott. – dijo el chico en tono cansado y monótono.
La chica se estremeció al escuchar el apellido de Nathan, pero sacó fuerzas para responder y asentir sin llorar.
Firme aquí. – le indicó el chico, marchándose en cuanto así lo hizo.
Ashley decidió no entrar y se sentó en las escaleras del porche. El telegrama era de Megan, su madre, quien estaba demasiado ocupada disfrutando de las playas europeas con su segundo marido como para acudir a verla. Ni siquiera la muerte de su yerno había sido suficiente como para que Megan se preocupase por ella.
Enfadada con su madre y consigo misma por esperar otra cosa, Ashley arrugó el telegrama con fuerza. Iba a lanzarlo a la calle cuando una sombra se interpuso en su camino. Levantó la mirada despacio, empezando por unas viejas Converse gastadas, subiendo por unos vaqueros negros hasta una camisa clara con el primer botón desabrochado. Después se encontró con aquellos ojos grises que conocía tan bien, su cabello oscuro estaba extrañamente bien colocado, como si hubiera pasado un montón de tiempo arreglándose delante del espejo.
Hola. – saludó Ethan tímidamente, con las manos en los bolsillos.
“Es Ethan, es Ethan, no es Nathan”, se repitió Ashley en su mente, rodeándose la tripa con una mano para darse fuerzas. Ethan siguió esa mano con la mirada y recordó lo que había visto en el baño de la habitación de la chica.
Ash… yo… lo vi el otro día en el baño. Fue sin querer. – se disculpó sonrojándose. Ella se estremeció ante el mote cariñoso que Nathan solía usar para llamarla. – ¿De cuánto estás? – preguntó Ethan suavemente, pero Ashley ya no pudo aguantarlo más y se levantó, corriendo hacia la seguridad del interior de la casa, huyendo del hombre que no tenía culpa de nada excepto de ser la imagen viviente de la persona que más quería en el mundo, alguien a quién ya no volvería a ver.
Me encantan tus historias Maria. Otro capi xfiiii!
Mañana sin falta lo subo!!
De momento me está gustando mucho. Me gusta el ir cambiando de época, el ir poco a poco viendo como se conocieron y como se enamoró de uno y no del otro. Aunque me ha sorprendido que al ver al hermano se desmayara, porque si estaba casada con Nathan y se conocen la tres al ver a Ethan debería haberlo reconocido, pero bueno supongo que los nervios pueden jugar una mala pasada. Critica constructiva: yo no hubiera dicho tan pronto que no habían abierto el ataúd porque estaba en muy malas estado, porque así ya casi se sabe seguro lo que va a pasar y a mi me encantan los libros que te van sorprendiendo todo el rato. Pero muy chulo de momento y muy bien escrito.
Me mola q te guste que meta los flashbacks 🙂 y gracias por la crítica, tomo nota… de todas formas habéis dado muy por sentado que eso es lo q va a pasar no? Jjjjjjj
Es lo que parece. El titulo y ahora lo del ataúd cerrado son muchas pistas. Ojala fueran pistas falsas 😉
El capítulo 1 acabado, me gusta pero me hago un lío con los nombres jajajaja
Voy a por el segundo
El capítulo 1, me ha gustado, aunque como han dicho, da la sensación de que ya se sabe lo que va a pasar, pero bueno seguiré leyendo para ver como termina la cosa al final.
yo solo digo q todas estáis dando x hecho esa historia… y yo no he dicho nada…
Bueno, primer capítulo y ya he llorado como una magdalena, voy a por el segundo..